• 28 de marzo de 2024, 13:56
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De manzanas y trinomios cuadrados perfectos...

Por Sergio Altamirano*

Nada más lejos de la seriedad que el pretendido eclecticismo político: ...conciliar las doctrinas que parecen mejores o más verosímiles, aunque procedan de diversos sistemas...” implica, como mínimo, una falta de respeto. 

Nada más socialmente nocivo ni individualmente iatrogénico que asignar a entes/entidades características que no les son propias. En el terreno de la alteridad eso se convierte en un abuso de la creencia. En el orden de lo individual puede devenir patológico por exceso de narcisismo, o por auto desvalorización.

En un marco conceptual coherente, lógico y consecuente, el placer o displacer de discutir una idea, una posición política provienen de inteligir el concepto, el argumento en sí mismo, independientemente de quién y/o cómo lo expresa. 

Remarcar “marco conceptual coherente lógico y consecuente” no es ocioso, es un imperativo para impedir toda posible contaminación del narcótico “sentido común” que pretenden imponer ciertos medios devenidos de periodismo a empresas de imposición de sesgo de opinión. 

“Sentido común”, expresión que ha sufrido tantos vaciamientos de sentido que hacen menester definir esencial y taxativamente
 El diccionario de la Real Academia[1] define sentido común como un derivado del término “sentido, da” y lo explica como: 
sentido común
1. m. Capacidad de entender o juzgar de forma razonable.
Ello implica, para entender o juzgar que el agente no ignore. Que no desconozca ni carezca de conocimientos o cultura.
Según el mismo diccionario:
cultura:  
3 f. Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.

Por los años setenta, Joaquín Lavado, más conocido como Quino, ponía en boca de uno de sus personajes más logrados una frase casi premonitoria:
 “¿Te llevan presa por salir a la calle sin cultura?”

La frase aludida puede ser vista como una perogrullada, salvo por la denuncia del sesgo sociocultural que el personaje de la historieta representa. Visible ya desde entonces, el ignorante ilustrado comienza a ser endémico.
El ignorante ilustrado no es resultado de un evento inesperado, no es involuntariamente ignorante. Es el resultado de básicamente dos factores principales. Por una parte, un proceso proactivo de desculturizacion mediáticamente inducido; por otra, una elección voluntaria de sesgar la intelección de la realidad. 

Kant  [2] explicaba el conocimiento humano como resultado de una interacción entre experiencia y razón. Razón y experiencia encajan en el proceso de conocimiento. El hombre no es un receptor pasivo de los estímulos que provienen del mundo, sino un interpretador activo.

En 1994 Christopher Lasch advierte sobre el peligro de la élites lanzadas a cooptar el sistema democrático “...la democracia ya no está amenazada por las masas, pero sí por los que están en la cima de la jerarquía social...”  se vuelve crítico sobre el rol de los medios: “...el periodismo moderno favorece la difusión de informaciones que pretenden la objetividad en lugar del debate...”. Sin embargo, para Lasch, "lo único que convierte la información en pertinente y atractiva para el ciudadano es la perspectiva del debate...” y cuestionará la religión descreyendo el postulado: “la religión pudo en un momento dado dar respuesta de forma completa e inequívoca a las preguntas éticas”.

Diecisiete años antes Alberoni [3] definía el “estado naciente” -asimilándolo como fenómeno social a las ensoñaciones del individuo cuando este se haya en la etapa del “enamoramiento”- su lectura influirá a los franceses que hablaran luego de instituyente e instituido. Postulando lo instituyente como la reacción de las mociones socio-emocionales a la falta de respuestas desde lo instituido. 
Hoy asistimos a la compulsa social sobre expresiones tales como “Culpa de la víctima” que numerosos y variados actores sociales progresistas erigen como respuesta contra la agresión de los modos patriarcales y chauvinistas de los sectores más ranciamente conservadores. Esos mismos sectores conservadores, defensores del statu quo cuyos cruzados tildan de “populistas”, “feminazis” o “sacapresos” cualquier intento de cambio social y jurídico... (especialmente si por cambio social se entiende pérdida de poder de esos sectores).

Sin embargo, la historia (afortunadamente implacable) ayuda a rescatar el origen psicosocial del concepto. 

La frase "culpar a la víctima" fue acuñada por el psicólogo William Ryan [4] en su libro Blaming the Victim , (Culpando a la víctima) en 1971. 
Blaming the Victim, fue una respuesta crítica a la obra de 1965 de Daniel Patrick Moynihan, “The Negro Family: The Case for National Action”, también conocido como el Informe Moynihan. 
Moynihan resumía sus teorías sobre la formación de ghettos y la pobreza intergeneracional. La crítica de Ryan mostraba las teorías de Moynihan como intentos sutiles (y no tanto) de desviar la responsabilidad de la pobreza de factores sociales estructurales a las conductas y patrones culturales de los pobres.

La frase fue rápidamente adoptada por los defensores de las víctimas de crímenes, en particular las víctimas de violación acusadas de favorecer su victimización, aunque su uso es conceptualmente distintivo de la crítica sociológica desarrollada por Ryan
No hay -pruebas al canto-  falta de conocimiento ni pautas culturales de baja calidad pretextable. Hay una acción militante consecuente en su fin por des-educar al soberano.
 
Retomando la reflexión inicial sobre el supuesto eclecticismo político, La Argentina exhibe hoy numerosas y variopintas expresiones “ideológicas” que pretextando serlo solo terminan por ornamentarse con falsos oriflamas para disimular su desnudez ideológica, y su única verdadera consigna: “perché mi piace”[5] 

Sin embargo, y a pesar de no ser la pureza ideológica una condición sine qua non para la discusión o la militancia política, a la luz de tanto “trapalón” políticamente travestido, quizás convenga recordar algunas de las herramientas del pensamiento científico. Eso tal vez ayude a desbrozar la cuestión. 

Una discusión seria, coherente, y consecuente, implica ciertos fundamentos o supuestos básicos.

Comparar dos entidades implica un marco teórico común, así los dos entes se definen y están comprendidos por un mismo marco conceptual y como tal sometidos a las mismas reglas enunciativas de sus propiedades. 
Una comparación entre manzanas y polinomios... implicará forzosamente la imposibilidad de comparar dos objetos de tan disimiles propiedades, pertenecen a dos marcos teóricos distintos. 

La historia argentina abunda sin embargo en ejemplos, graficados y registrados hasta el hartazgo por la prensa ya sea escrita, radiofónica y/o televisiva, de ingentes discusiones de entidades “políticas” de órdenes completamente disímiles, y no precisamente por causa de eclecticismo.
 
Mencionar conservadurismo, neoliberalismo, radicalismo, socialismo, o peronismo - por citar algunos ejemplos- orienta la discusión sobre distintas ideologías políticas que han permeado la política argentina a través del tiempo.

Mencionar caracteres políticos encarnados en obradores políticos como Juan Perón, Alfredo Palacios, Raúl Alfonsín, Domingo Cavallo o Álvaro Alsogaray, para citarlos en un orden inverso, representan paradigmas del pensamiento político. Inconfundibles, portadores de una impronta propia y una base ideológica desde la que acometieron la circunstancia histórica que habitaron. 

Sus acciones políticas tenían (y aún hoy tienen) una orientación con arreglo a un propósito de ordenamiento social. Sus decisiones y acciones marcaron sus estrategias y tácticas para afrontar las épocas en que obraron. Su marca histórica podrá ser discutida, adherida o rechazada pero no puede negársele entidad, consecuencia o, incluso, pertenencia. 

Indispensablemente, debe mencionarse que no se pretenden “purismos” ideológicos ni mucho menos condiciones de exclusión. La democracia en sí misma no será un sistema perfecto, pero es, con todo, un sistema de representación, participación y decisión en el que el pueblo delibera y gobierna a través de sus representantes. 

La intención manifiesta (y subyacente) es considerar (y en muchísimos casos reconsiderar) a quién/es le es otorgada la representación. 
 
Hace ya algunos años un tal Bush (el "hijo de" ) luego de fundir (llevar a la bancarrota) tres (sí, 3) compañías petroleras cuya propiedad le cediera su padre entendió que la única manera de hacer negocios y nunca tener que correr con las pérdidas era a través de la “cosa pública” y cuando logró finalmente encaramarse al gobierno de su país, llevó a su gabinete a la mayor parte de los CEOs con quienes había fundido sus compañías. 

El subdesarrollo, que siempre ha puesto su mirada de idolatría en dolarlandia, no tardó demasiado en hallar quiénes quisieran emularlo. En el extremo sur del continente otro "hijo de", un ser ignominiosamente anómico, de comportamiento sociopático y venial narcisismo se auto-ungió como el predestinado a repetir la gesta del norteño. Innecesario nombrarlo. 

Es más que suficiente con que, a partir de esa somera descripción el lector ya sepa a quién se alude y, por ende, también  se comprenda quiénes son y han sido los cómplices (partícipes necesarios) para que semejante criminal se haya beneficiado de adueñarse de la representación ciudadana de manera tan inmerecida como hartamente publicitada por los mismos empresarios dedicados a la “imposición de sesgo de opinión”.

La consistencia ideológica de ciertos grupos autodenominados hoy como partidos políticos dista mucho de serlo.

Si no fuera por el riesgo de parecer  conspiranoico, al revisar las acciones y omisiones llevadas a cabo desde el gobierno de los “republicanos, de familia blanca y pura”, “los anticorruptos que encarnan la nueva politica” durante el período 10 de diciembre de 2015 al 10 de diciembre de 2019, bien se podría concluir que “alguien", “un algo” o quizás un “grupo de personas” se ocuparon de reclutar como actores políticos a una banda de sociópatas. 

A manera de los grupíes de los remates amañados, los tránsfugas travestidos en representantes políticos, hicieron de la persecución judicial ilegal e ilegítima a opositores políticos, de la denegación y del aplauso áulico, de la usurpación y la cobertura legal amañada (es decir, sanción de leyes, tan legales cómo ilegitimas) herramientas por excelencia de la manipulación (merced al blindaje mediático) y el latrocinio sobre la “cosa pública”.

Tan falaces en su autodeclamada cruzada anticorrupción (con leyes especiales para exonerar de culpa los delitos económicos llevados a cabo por familiares y adláteres) como en sus argumentaciones contra las medidas de salud pública que buscan hoy prevenir el contagio de coronavirus, actúan todavía bajo el paraguas de la representación política, a la manera de una enorme asociación ilícita. 

¿Cómo es posible? ¿Cuál es el artificio por el que, a pesar de la denuncia y de los hechos, aún haya quienes “creen” en semejante mentira?. El blindaje mediático, por sí solo, no alcanza. 

No es la única razón ni la clave para explicarlo. Hay una toma de posición, una elección del recorte de la realidad en que se elige creer. El “sesgo de opinión” se ha transformado en un síndrome cultural. 
La creencia toma rango de realidad psíquica especialmente cuando el yo del individuo se siente amenazado en su identificación. Creer reemplaza así el razonar. 
Cuando se detiene la interacción entre experiencia (estímulos provenientes del mundo) y razón, el conocimiento se detiene, el sujeto deja de ser un interpretador activo.

Ryan [6] advertía que, “Culpar a la víctima es un proceso ideológico, es decir que es un conjunto de ideas y conceptos derivados de distorsiones de la realidad sistemáticamente motivadas.”Y profundizaba en la definición: “Una ideología, entonces, tiene varios componentes:
Primero, está el sistema de creencias en sí mismo, la forma de ver el mundo, el conjunto de ideas y conceptos.
En segundo lugar, existe la distorsión sistemática de la realidad reflejada en esas ideas.
La tercera es la condición de que la distorsión no debe ser un proceso consciente e intencional.
Finalmente, aunque no son intencionales, las ideas deben cumplir una función específica: mantener el status quo en interés de un grupo específico.”

Descalificar al otro implica asumir una supuesta superioridad desde la que el otro es básicamente defectuoso: así entonces es pasible de ser discriminado censurado, devaluado, escarnecido, diferenciado, perseguido, denegado, alienado, encarcelado, exiliado, controlado, reprimido, aleccionado, escarmentado, castigado…
  
Los diferentes son vistos como menos competentes, menos hábiles, menos merecedores menos conocedores, en resumen, menos humanos.

Proponiédolo como un ejercicio intelectual…
Primero, identifique un problema social: (el contagio de _ _ _ _ en  _ _ _  . O… por qué no mejor, a quiénes afecta?).
En segundo lugar, estudie a los afectados por el problema (aquellos que pertenecen al grupo social especificado) y descubra en qué se diferencian del resto de nosotros como consecuencia de la privación y la injusticia (o por su pertenencia a ese grupo social).
Tercero, defina las diferencias (en sí mismas) como la causa del problema social en sí.

Redondo, no? Cualquier similitud con la realidad es mera observación.

[1] https://www.rae.es/ Website de la Real Academia Española©, 2020 

[2] Kant, Immanuel.: Crítica de la razón pura 1781

[3] Francesco Alberoni, Movimento e istituzione, Il Mulino, 1977.Movimiento e institución es un ensayo de sociología escrito por Francesco Alberoni en 1977; en 2014 se publicó una nueva edición actualizada. El ensayo está dedicado a la sociología de los movimientos colectivos. El concepto desarrollado en el libro gravita en torno a la definición del estado naciente, la condición naciente, el momento en que el liderazgo, las ideas y la comunicación se fusionan dando lugar al movimiento.

[4] Ryan, William , 1971, Blaming the Victim. New York: Pantheon. ISBN 978-0-85514-010-6.

[5] Expresión italiana de uso coloquial que significa: “porque se me antoja»

[6] Op. cit.

* Psicólogo argentino radicado en Noruega





Fuente: Liliana López Foresi

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