• November 12, 2024 at 9:24 AM
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En el tejido de la Revolución cubana

Por Alicia Jrapko y Bill Hackwell , desde Estados Unidos

El tiempo comienza a distanciarse de ese conmovedor momento de hace seis años, cuando los últimos tres miembros de los Cinco Cubanos salieron en libertad de tres prisiones del Imperio después de 16 años de encierro. Sin embargo, a los que trabajamos en solidaridad con Cuba y los Cinco, y por una sana desconfianza hacia el gobierno de los Estados Unidos, no creímos que fuera cierto hasta que el avión que los llevaba de regreso a casa aterrizó en La Habana y fue verificado por el gobierno cubano.

Fue una ocasión para recordar al Che Guevara quien, con su infatigable optimismo revolucionario, dijo: “Seamos realistas, soñemos lo imposible”. En ese momento fueron palabras sabias, pero aún más ahora en estos tiempos de sanciones, pandemia, hambre y guerra.

¿Cómo pudo suceder eso? ¿Qué hizo que el Imperio parpadeara? Cuando René González, Fernando González, Ramón Labañino, Antonio Guerrero y Gerardo Hernández fueron arrestados en Miami en 1998, por monitorear las actividades de grupos terroristas que operaban contra Cuba, pocos sabían quiénes eran ellos.

“…los cinco cubanos fueron los únicos prisioneros políticos del mundo que tuvieron el apoyo de todo su país unido exigiendo su liberación”. Fotos: Internet

Llevados a una prisión federal en Miami, los Cinco fueron acusados de una serie de crímenes y delitos, puestos en confinamiento solitario por 18 meses sin ningún contacto con sus familias.

Los guardias les aseguraban que nadie sabría de ellos y que se pudrirían en la cárcel. Cualquier persona podría haber pensado que estos eran casos perdidos, especialmente para el líder de los Cinco, Gerardo Hernández, que se enfrentaba a la pena de dos cadenas perpetuas más 15 años.

Todo el peso del código penal de los EE. UU. había caído sobre ellos. Como dijo la conocida escritora norteamericana Alice Walker en una reunión de solidaridad con los Cinco en Berkeley, California: “¿Qué es esto de dos cadenas perpetuas? ¿Quién va a estar tanto tiempo para cumplirlas?”. A menos que fuera para indicar cuán punitivo era el sistema de los EE. UU. y el mensaje que estaba enviando a Cuba y al mundo.

Pero, una vez más, como lo han hecho a lo largo de lo que ahora son 12 administraciones estadounidenses desde el triunfo de la Revolución, el gobierno de los Estados Unidos había subestimado al pueblo cubano y a su heroica Revolución liderada por Fidel Castro, quien dejó claro el 23 de junio de 2001 cuál iba a ser el resultado para los Cinco cuando pronunció con firmeza la frase “Volverán”.

Fue un término adoptado por un movimiento de solidaridad que creció internacionalmente pidiendo la liberación de los cinco cubanos frente a la Casa Blanca y frente a cada consulado y embajada de los Estados Unidos en el planeta y, aún más importante, fue un término que resonó en los corazones del pueblo cubano que abrazó a los Cinco como a sus propios hijos.

Durante esos 16 años hubo manifestaciones en cada provincia cubana, en todas las carreteras principales se erguían vallas publicitarias, se celebraron eventos públicos y nadie, incluyendo los turistas, podían visitar Cuba sin escuchar sobre los Cinco.

“La certeza de Fidel de que los Cinco regresarían no eran palabras huecas, sino la confianza que tenía de que el pueblo cubano los apoyaría y se comprometería plenamente en esta lucha”.

 

Los niños aprendieron sus nombres en las escuelas, mientras que las familias de los Cinco se convertían en valientes emisarios que viajaban por todo el mundo para dar a conocer el caso. Eso solo podía ser posible en una verdadera Revolución, donde el gobierno apoyara la lucha por su regreso. Se puede decir sin exagerar que los cinco cubanos fueron los únicos prisioneros políticos del mundo que tuvieron el apoyo de todo su país unido exigiendo su liberación.

La certeza de Fidel de que los Cinco regresarían no eran palabras huecas, sino la confianza que tenía de que el pueblo cubano los apoyaría y se comprometería plenamente en esta lucha, como lo había hecho en cada desafío y obstáculo proveniente del Norte.

Desde el triunfo de la Revolución, pasando por la campaña para erradicar el analfabetismo que quedaba en Cuba como parte de una colonia estadounidense, Playa Girón, hasta la supervivencia a un bloqueo de 60 años y mucho más, el espíritu revolucionario del pueblo cubano ha sido puesto a prueba, pero no ha vacilado ni se ha quebrantado.

La valentía y el carácter decidido de los cubanos se basa en el contrato social que tienen con su Revolución, el cual se ha basado desde el principio en un diálogo honesto entre el gobierno y el pueblo, brindando a todos y todas la misma oportunidad y su carácter colectivo de resolver los problemas y compartir los frutos. La Revolución cubana no fue una revolución parcial, sino un cambio total, de un sistema de desigualdad, desprecio y opresión a uno de posibilidad y esperanza que, aun con sus imperfecciones, vale la pena defender por el bien común; eso está en la fibra misma del pueblo cubano, lo que hace de cada ciudadano un ejemplo extraordinario.

La prolongada fuerza de los cinco cubanos, que estaban dispersos en las peores penitenciarías de los EE. UU., se podía ver en cómo interactuaron y se comportaron durante esos largos años de encierro. A diferencia de la mayoría, ellos eran prisioneros políticos, pero actuaban más como representantes diplomáticos de su país y de la Revolución.

Prosperaron a través de proyectos artísticos, escritos, enseñanza y se ganaron el respeto de otros prisioneros por la forma en que se comportaron, especialmente de los reclusos afroamericanos cuando se supo que tres de los Cinco habían ido voluntariamente a África a luchar por la independencia de Angola. Incluso algunos de los guardias se preguntaban cómo alguien como ellos podía acabar en un lugar olvidado por Dios como si fuera un gran error judicial. Los Cinco no perdieron el tiempo y no se limitaron solo a esperar un milagro, sino más bien fueron parte activa del movimiento para liberarlos; no conocían otra forma de ser, ya que era parte de su ADN revolucionario.

Las páginas de la historia de Cuba están llenas de individuos que brillaron en un momento crítico para revelar el derecho fundamental a la justicia básica.

En 1999, solo un año después de que los cinco cubanos fueran encarcelados, Elián González, hijo de Cuba, fue rescatado después de que su madre se ahogara en un intento de llegar a la Florida. El niño fue llevado con parientes lejanos en Miami mientras la mafia anticubana politizaba la trágica situación haciendo todo lo posible para impedir que el niño regresara a Cuba. La historia se convirtió en noticia de primera plana en los Estados Unidos y se impuso un circo mediático, pero el componente decisivo en la victoria del regreso de Elián, siete meses después, fue la intervención de su padre Juan Miguel, un trabajador de Cárdenas, que fue a buscarlo y no se dejó influenciar por los sobornos, las promesas de un futuro prometedor y el acceso a todas las posibilidades de consumo disponibles en los Estados Unidos para aquellos que pueden permitírselas, si se quedaba y le daba la espalda a Cuba.

 

A la izquierda el Comandante en Jefe Fidel, a la derecha Juan Miguel González, padre de Elián González.

Pero Juan Miguel no era un traidor, estaba hecho del mismo tejido revolucionario de los Cinco cubanos, firme en dejar claro que era cubano, no tenía motivos para irse y que, simplemente, quería llevar a su hijo a casa.

Fue un momento convincente y, como Fidel predijo, la decencia básica del pueblo de los EE. UU. no soportaría que a un padre se le negara el derecho básico de estar con su hijo, comunista o no.

Al acercarnos al aniversario 62 de la Revolución cubana, es hora de reflexionar sobre sus logros, conseguidos por la unidad del pueblo, el gobierno y sus ideales humanos contra todos los pronósticos. Mientras los Estados Unidos continúen con una política de cambio de régimen, no importa cómo se empaquete, el pueblo cubano seguirá defendiendo lo que le ha caracterizado, exigiendo su derecho a determinar su propio futuro.

 

Fuente: La Jiribilla

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